El año del embrutecimiento.
Ilustración de José Luis Ágreda. |
Las
pasadas elecciones catalanas se nos han presentado como las últimas.
Esas que iban a lograr acabar o “liquidar” el independentismo
para siempre, generando un gran espacio de convivencia y paz social.
Sin embargo, los resultados han vuelto a dar la victoria al bloque
del “procés”. Unos resultados que no se pueden analizar con la
simplicidad que ha caracterizado al PP en su hoja de ruta contra el
independentismo. El lenguaje belicista no ha hecho más que dotar de
mayor épica al movimiento soberanista. Es necesario recuperar el
pensamiento crítico (que es el que verdaderamente ha sido liquidado
durante la crisis catalana) para entender qué está pasando y hacia
qué escenario queremos llegar.
La
estrategia de dibujar dos únicas posturas antagónicas e
irreconciliables, además de dividir, no sólo la sociedad catalana,
sino la española en general, ha obtenido como resultado una
ideología acrítica extrema: estás conmigo o contra mí. Ha anulado
por completo el discurso lógico, ha debilitado hasta la evaporación
las “ideologías” y su consecuencia inmediata ha sido una enorme
dificultad para repensar la Democracia. No existe espacio público
para plantear reformas, alternativas, ni mucho menos para la puesta
en escena de debates públicos ya que inmediatamente, sin
pretenderlo, uno acababa fagocitado por cualquiera de los bandos en
función de la percepción del espectador. De hecho, la mera idea de
una tercera vía es automáticamente entendida como un artificio que
encubre el engaño y/o la traición.
Es
imposible zafarse de esa construcción viscosa que ha sepultado las
clases sociales (a sus realidades socio-económicas) que ha conducido
a las clases populares a posturas contradictorias, votando a partidos
liberales cuyas propuestas económicas claramente atentan contra los
intereses de la clase trabajadora. Unas propuestas (recortes y
austeridad) que ya se han evidenciado perjudiciales para la calidad
de vida de estas clases y que, hasta el Presidente de la Comisión
Europea, en una reciente entrevista en El
País, reconocía como un
<<error>>. La victoria de Ciudadanos es un claro ejemplo
de cómo grandes sectores de la clases trabajadoras, atraídas por el
movimiento de las banderas, han caído en esta fatal contradicción.
Una contradicción también presente en el apoyo a Puigdemont con la
estelada como protagonista.
Lo
central de esta contradicción es la pérdida del pensamiento crítico
que ha sido desplazado por una verdad monopolística que embrutece al
sujeto e imposibilita la capacidad crítica para recibir información,
analizarla e interpretarla. Esta pérdida del pensamiento crítico es
fundamental para el alineamiento o embrutecimiento que acaba por
desterrar la razón. Fuera de la polarización todo es engañoso,
ininteligible o en el mejor de los casos, vago.
En
ese escenario polarizado, donde la parte “débil” admite (y se
siente cómoda) su situación de inferioridad que le da mayor
heroicidad a su proyecto, y la otra parte dominante que dispone de
todos los recursos, generan un lenguaje de marcado carácter
belicista donde aparecen conceptos como la “justicia vengadora”
entendida como la sanción en su grado mayor e instrumentalización
del aparato para ganar, que no convencer.
Hemos
desterrado la crítica, no como tarea de proveernos de nuevas
convicciones, sino como dice Gérard Lebrun, <<llevarnos a
poner en cuestión nuestro modo de estar convencidos>> y que no
nos aporta una verdad distinta, sino que <<nos enseña a pensar
de otro modo>>. Al contrario, hemos adquirido (de arriba hacia
abajo) un embrutecimiento que nos ha alejado de los verdaderos
problemas como la corrupción, las enormes desigualdades sociales
(los ricos cada vez lo son más) y la urgente reforma de nuestro
sistema político. Un embrutecimiento que, a nivel internacional, nos
ha dibujado como una democracia débil, apoyada en principios
pseudo-democráticos y un sistema low cost.
(Artículo publicado en el especial "Anuario 2017" del periódico El Faro de Ceuta)
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