La Europa de la vergüenza antes que Trump
Los
pronunciamientos de los líderes europeos contra las medidas de Trump carecen de
toda credibilidad. Europa está inhabilitada para hablar de lucha contra el
racismo, la segregación o la discriminación y no puede dar lecciones sobre
protección internacional, ni gestión de crisis humanitarias, mucho menos
pronunciarse en favor del respeto de los Derechos Humanos sin caer en el
cinismo más absoluto. Lo cierto es que esta Unión Europea lleva años avanzando
hacia la deconstrucción de los conceptos de Libertad, Democracia y Derechos
Humanos sobre los que se fundó. Y, al igual que Trump, lo ha hecho en pos de la
“seguridad”.
Me resultó muy
sorprendente que el primer líder europeo en solicitar “firmeza” a la UE frente
a las políticas racistas del mandatario estadounidense fuese el presidente
francés, François Hollande. Es preciso no olvidar que fue su antecesor, Nicolas
Sarkozy, quien ejecutó en 2010 los planes de expulsión de todos los gitanos que
vivían en “situación irregular” (un proceso de deportación ilegal que recibió
las críticas de la Federación Internacional de los Derechos Humanos y de muchas
otras más instituciones). Se naturalizaba y se daba cobertura legal a una
iniciativa xenófoba y discriminatoria que criminalizaba a un individuo por su
pertenencia a una etnia o confesión determinada, produciéndose una situación
que chocaba frontalmente con el derecho comunitario y la normativa
internacional, pero que, sin embargo, se codificaba en la normativa interna,
sin que ningún resorte del derecho europeo pudiera evitarlo. Europa retomaba
aires de aquella Italia de Berlusconi en la que los llamados “planes de
seguridad”, amparados bajo el argumento de frenar la amenaza para la seguridad
nacional, supusieron la puesta en marcha de una “legislación de emergencia” que
propició la expulsión de unas 12.000 personas del pueblo calé.
Hollande siguió
por el camino marcado por Sarkozy y obligó en el 2013, año de la culminación de
esta política discriminatoria, a salir del país a cerca de 20.000 gitanos de
origen rumano y búlgaro. Se les expulsó sin respetar uno de los principios
fundamentales que inspiraron la construcción de Europa: el derecho a la libre
circulación. Un casi desconocido Manuel Valls (socialista y de origen español)
afirmó entonces que los gitanos no querían integrarse en la sociedad y que, en
consecuencia, debían ser deportados. Hubo pronunciamientos tibios de la
Comisión Europea o del Consejo de Europa; el resto de países miembros, España
incluido, mantuvieron un vergonzoso silencio.
Tampoco se libra
una Alemania que, en su batalla contra el terrorismo internacional, amenazó con
expulsar a los musulmanes de su país. La excusa, de nuevo, la seguridad
nacional. En la actualidad, la UE acaba de firmar un acuerdo con Afganistán
(país sumido en el terror y la violencia) para que Alemania pueda deportar a
ciudadanos afganos, a personas que huyen del horror, personas a las que se les
deniega protección internacional y se las condena a vivir bajo la amenaza de
bombas y ataques terroristas. Da igual que mueran allí: no lo vemos y, en
consecuencia, no nos afecta.
Los partidos
tradicionales de la UE, desgraciadamente inmersa en el auge del neofascismo,
han girado hacia políticas del miedo, la miseria humana y la crueldad. Compiten
con el horror adoptando el horror, dejándonos una Europa, tal vez, más cruel
que los Estados Unidos que se esperan de Trump. Este invierno, en la ola de
frío más importante de los últimos tiempos, hemos abandonado a su suerte a
miles de niños y niñas en el gélido barro. En el 2016 batimos el récord de
muertes en el Mediterráneo con más de 3.700 personas que buscaban refugio,
según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Y nuestra obsesión por
construir muros ha contribuido a que los macabros beneficios de las empresas
del sector de seguridad (vallas, concertinas, alambradas, etc) se hayan
disparado. Hemos tenido hasta a nuestro propio Aylan en las costas andaluzas.
El resultado es una Europa encarcelada en sí misma, que asiste indolente a la
destrucción humana y a su autodestrucción como proyecto democrático. Europa,
realmente, sólo usa a Trump para tapar sus propias vergüenzas.
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