Año nuevo, viejos fantasmas.

Este 2016 es considerado por muchos analistas como el año de los refugiados, no sólo por la crisis humanitaria que representa la masiva marcha forzada de estas personas, sino también por la “crisis” que ha supuesto para la Unión Europea: se ha producido la deconstrucción del sistema europeo de asilo y refugio, se ha dinamitado el principio sagrado de solidaridad entre los estados miembros, estamos ante el colapso de los principios democráticos de la vieja Europa, y lo más preocupante, se ha propiciado el ascenso de la xenofobia y los movimientos antiinmigración (recordemos que el BREXIT no fue solamente un plebiscito para decidir la salida de la Unión Europea, sino que fue también un plebiscito sobre la inmigración en un país donde ésta no parecía un problema de primer orden). Si ciertamente ha sido el año del fenómeno de los refugiados, también debemos reconocer que este ha sido el año del proceso de construcción social de los enemigos.
José Luis Pardo, filósofo español, en su obra “Estudios del malestar”, afirma que, lo que hemos conocido como Estado del Bienestar está profundamente herido debido a un proceso de erosión de sus estructuras, y un paulatino desprestigio, que es el origen de ese sentimiento de enfado que atraviesa toda Europa. Un proceso en el tiempo que no sólo tiene que ver con el concepto jurídico del Bienestar, sino que tiene que ver mucho con el concepto material del término. Así, cuando disminuye la cantidad de bienes disponibles la gente tiende a pensar que, mejor si reparte menos. Entramos en el terreno de la miseria moral. Un terreno propicio para la aparición de salvadores, mercaderes del odio y la rentabilidad política que, haciendo uso del viejo discurso que estuvo a punto de llevarnos a la autodestrucción, ahora, con una apariencia vanguardista, se erigen en líderes de la antipolítica. Más allá de proponer soluciones a los problemas generados por las políticas neoliberales, señalan a un colectivo como responsable de esos problemas; más allá de luchar contra las desigualdades, contra la pobreza, lo que proponen es luchar contra los pobres, y en el mejor de los casos, sólo aspiran a gerenciarla en beneficio de sus intereses.
Pardo sitúa el origen de este estado del malestar lejos de ese fenómeno de los refugiados que han llenado los contenidos de los medios de comunicación, y que paradójicamente han contribuido a inmunizarnos frente el dolor ajeno. Sucedió unas cuantas décadas atrás, cuando la postmodernidad apostaba por finiquitar las mejoras sociales ganadas, dejando el terreno listo para la creación de un malestar que se fue concretando en la actual carencia de derechos que sufre la ciudadanía. "Esa pérdida de derechos está produciendo un rencor social hacia los políticos, a los que es fácil acusar de 'pandilla de ladrones', aunque seamos nosotros los que les hemos votado, y hacia los extranjeros, que se concreta en la falsa acusación de que vienen a quitarnos lo que es nuestro".
Nuestro país es el lugar donde más ha crecido la desigualdad social desde el inicio de la crisis; el beneficio de las grandes empresas no ha dejado de crecer, la riqueza de los más ricos ha experimentado un aumento muy importante y las clases populares son más pobres que nunca. Actualmente, disponer de un puesto de trabajo ya no te garantiza dejar de ser pobre. La crisis económica ha servido para perennizar estructuras clasistas de opresión, y han devuelto a muchos ciudadanos al escalón social del que creían haber salido mediante la retórica de la meritocracia, marco dentro del cual sólo es posible la movilidad individual sin que el sistema jerárquico se vea en peligro. Y en esto tiene razón Pardo, aquí nada tiene que ver la llegada de un “enemigo” que se confabula con determinadas corrientes ideológicas para aprovecharse del Estado, sino que tiene que ver mucho más con la renuncia que hemos hecho a favor de esos mismos que han desnudado, vaciado y dejado sin contenido, ya no sólo el Estado del Bienestar, sino la Democracia en sí. Aunque en España el 15M supuso una vacuna para evitar esa deriva en la que parece estar cayendo Europa, la incertidumbre que supone lo nuevo, y el efecto dominador del uso del miedo, está dando una nueva oportunidad a esos que nos han recortado todo. Una oportunidad que convalida el odio y abre la puerta a los viejos fantasmas.



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