La primera victoria de la extrema derecha
Autor viñeta: Superantipático |
Un
determinado movimiento se vuelve poderoso cuando es capaz de afectar
al modo de ver y la perspectiva de colectivos más amplios de lo
esperado. Es decir, cuando empieza a ocupar ese complejo mundo de
interpretaciones que denominamos “sentido común”.
El
reciente salto a la valla de Ceuta ha servido de gran oportunidad
para que la extrema derecha se haga con determinados significantes,
dando un paso más de cara a ocupar un papel importante en nuestro
país, al igual que sucede ya en Francia o Italia. Hoy no resulta tan
fácil diferenciar entre la derecha española “respetable” y
aquella que no lo es. A la carrera de la primera foto en la valla y
la exclamación de la soflama más incendiaria, PP y Ciudadanos se
han situado en un espacio difícilmente distinguible al de VoX, o lo
que es lo mismo, al del Frente Nacional de Le Pen o la Liga Norte de
Salvini. El léxico de estas fuerzas extremistas ya ha contaminado
parte importante del lenguaje político sobre la inmigración:
“invasión”, “hordas”, “soldados”, “asalto”, etc.
Hasta el Presidente (socialista) de nuestro país ha utilizado la
expresión “amenaza” en una conversación vía twitter con su
homólogo francés, Emmanuel Macron. Y no sólo eso. En su empeño
por no quedar fuera de los nuevos afectos de la política que trae la
extrema derecha y que moviliza a un número importante de ciudadanos,
Pedro Sánchez parece responder institucionalmente a la llegada de
personas migrantes no en términos de orden humanitario, sino
meramente policial-militar: un General de la Guardia Civil ha sido
nombrado como el responsable del Mando Único Operativo frente a la
inmigración irregular en el Estrecho.
En
una sociedad cansada, que aún padece la crisis del 2008 y cuyas
expectativas puestas en aquello que se denominó 15M no acaban de
corresponderse con la realidad, es fácil que cale este discurso
lleno de rabia, ira e intolerancia. Nos encontramos en un claroscuro
propicio para la resurrección de los monstruos del pasado, para que
el miedo dé paso al odio, el ingrediente fundamental para que los
enemigos de la razón y el pluralismo comiencen a ocupar terreno. Ya
han logrado desprenderse de ese pasado inmediato que, a ojos de la
gran mayoría, les inhabilitaba moralmente para cualquier
participación relativamente exitosa en democracia; ahora pretenden
erigirse en los únicos garantes de la democracia nacional con un
nacionalismo excluyente y violentamente opuesto a ese ideal europeo
que, al margen de las críticas que podamos dirigir a lo que de él
ha hecho el dominio neoliberal, surgió como superación del fascismo
y que, a día de hoy, sigue representando un horizonte de fraternidad
por el que debemos luchar. Pretenden reclamar para sí la narrativa
del cambio, aprovechando el descontento social para presentarse como
“todo lo contrario a los políticos”, esos cómplices de aquellos
que señalan como principales causantes de todos nuestros males: los
inmigrantes.
Anti-inmigración,
islamofobia, populismo y un exacerbado nacionalismo identitario son
las señas de identidad de una extrema derecha aparentemente
revitalizada que aspira a llegar a las instituciones del Estado y que
arrastra a diversas fuerzas más moderadas a competir en su arena
política, inconscientes estas, tal vez, de que con dicha concesión
ya han regalado la victoria. Alemania no se despertó nazi de un día
a otro; hubo un proceso que posibilitó que muchos alemanes adoptaran
una determinada perspectiva que facilitó el acceso del nazismo al
poder. Hablar del fenómeno migratorio en términos de “amenaza”
y denunciar a los “traidores” que les amparan (ONGs, clase
política) es un vehículo autorizado sobre el que subirse a la ola.
La extrema derecha lo ha hecho siempre. Lo preocupante es el “efecto
contagio” en determinadas formaciones que, por no quedar fuera del
marco impuesto, comienzan a modular su lenguaje, evidenciando una
claudicación intolerable. Si renunciamos a cambiar el marco y no
establecemos límites basados en un fuerte anti-fascismo militante y
en el rechazo tajante del lenguaje belicista a la hora de referirnos
a los migrantes (y a los “condenados de la tierra” en general),
habremos perdido la primera de las batallas frente al odio.
No es odio, simplemente que un país no puede hacerse cargo de las desgracias de toda África, el problema no son los emigrantes son las leyes y que estamos cansados de que a nosotros el estado nos sangre y tengamos que pagar por todo y luego vengan de fuera y se les dé todos las ayudas sociales, es decir si alguien viene a España de forma legal, a trabajar, o bienvenido sea! Los españoles somos los primeros emigrantes, respecto al Islam, existe un gran problema de integración. Afortunadamente conozco muchos musulmanes que son excelentes personas pero con el tema de la religión salvo musulmanes españoles de muchas generaciones que están perfectamente integrados, mayoritariamente están muy retrasados, véase el tema de creer que un animal hay que matarlo mirando a la Meca porque purifica la carne. Salvo honrosas excepciones la mayoría de los musulmanes viven en el sxv, eso los mejores, no hablemos de los saudíes o los que procesan esa versión del Islam, o los musulmanes que están a favor de la ley Sharia, a esos no había que dejarlos directamente entrar y jamás darles la nacionalidad. No vienen a traer nada bueno. Y sí, la crisis, los malos políticos y que nos ahoguen a impuestos tb afecta, pero en especial las ayudas sociales y el trato prioritario y ventajoso que recibe cualquier emigrante frente a un español es lo que nos ha echo a muchos simpatizar con estos movimientos
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