Las “temporeras” de Ceuta
Hace
unas semanas, la revista alemana CORRECTIV, tras un largo trabajo de
investigación, destapaba las infrahumanas condiciones laborales a
las que se ven sometidas las temporeras que recogen fresas en Huelva.
Los relatos recogidos narran abusos sexuales, explotación sistémica,
coacción. En definitva, una situación de semi-esclavitud
estremecedora e inadmisible en un Estado de Derecho. No obstante,
estos hechos, teniendo en cuenta su gravedad, han sido contestados
con una indignación demasiado tenue por parte de nuestra sociedad.
Algo, sin embargo, que no debería sorprendernos a este lado del
Estrecho.
En
Ceuta vivimos situaciones parecidas que tampoco despiertan el interés
que debieran. Las trabajadoras domésticas transfronterizas, víctimas
de la explotación laboral (y sexual) y la indefensión más
absoluta, constituyen un buen ejemplo, aunque cierto es que existe
otro aún más escandaloso y evidente. Me refiero, cómo no, al
fenómeno de las porteadoras, a esas mujeres que cargan sobre sus
espaldas enormes bultos de mercancías y que, como han denunciado
varias ONGs, también sufren insultos, atropellos y, de nuevo,
vejaciones sexuales, todo ello consentido por la interiorización de
unas dinámicas perversas que normalizan las peores situaciones de
indignidad y violencia. Ni tan siquiera las muertes de varias de
estas mujeres por aplastamiento a lo largo de este año han sido
capaces de generar la preocupación necesaria para determinar qué
pasa en la frontera del Tarajal. Sencillamente, no son “nuestra
gente”.
Porteadora,
trabajadora transfronteriza y temporera. Todas ellas racializadas,
caricaturizadas, deshumanizadas. Víctimas no sólo de abusos, sino
también de la indiferencia de una sociedad que las rechaza por ser
migrantes; víctimas de un racismo que ha servido como ideología
global para justificar la desigualdad, llegando a trasladar a ellas
mismas la culpa/responsabilidad de sus propias opresiones. Incluso de
sus propias muertes.
No
podemos olvidar que la asunción de la inferioridad por parte de los
grupos inferiorizados, su adaptación “voluntaria” a los marcos
de comportamiento establecidos, es fundamental para el normal
funcionamiento de la economía-mundo. Hablamos por ello de un racismo
represivo y auto-represivo, algo que explica que las denuncias en los
campos de fresas sean tan pocas: hablamos de una región que produce
el 95% de las fresas de España y que genera más de 300 millones de
euros de beneficio (en parte gracias a los costes baratos de la mano
de obra). También sirve para entender el silencio de las
trabajadoras domésticas y las porteadoras. Estas últimas forman
parte de un comercio atípico que genera importantes ganancias
económicas en nuestra ciudad, contribuyendo, por otra parte, a la
compra de paz social en su país de origen a través de unos ingresos
regulares que mantienen familias enteras. Como piezas de un engranaje
fuertemente jerarquizado, de hombres, son conscientes de su posición
de subalternidad, de una absoluta vulnerabilidad traducida en
nefastas consecuencias si se atreven a denunciar.
La
respuesta tibia de la izquierda blanca ante estas voces silenciadas y
humilladas abre nuevamente el debate sobre el eurocentrismo, el
colonialismo y los prejuicios abundantes a un lado y otro del
espectro ideológico. La activista pro derechos humanos, Violeta Assiego escribía estos días al respecto: “Desde los feminismos,
las disidencias y la diversidad sexual tenemos muchos retos y, a mi
juicio, el principal es dejar de hacer agenda desde nuestros
privilegios sin analizar si además de oprimidas somos parte también
de la sociedad que oprime cuando llega la Diferencia. Si no lo
fuéramos veríamos con claridad que los abusos de los campos de la
fresa onubenses no son algo exagerado, veríamos como las leyes de
extranjería, las de asilo y refugio, los controles de fronteras o la
legislación laboral promueven esos abusos de poder sobre las mujeres
migrantes. El patriarcado, además de machista, también es racista y
clasista y si no luchamos contra ello, habrá un feminismo racista y
clasista… patriarcal”.
De
la derecha nada o poco se puede esperar. En cambio, a la izquierda,
como categoría pensada para agrupar a los partidarios de una
sociedad más justa, igualitaria y no sometida a la ley del más
fuerte, se le exige capacidad de autocrítica, reflexión y acción.
Repensarse y entender que es importante (y urgente) hacer un
ejercicio de introspección y exorcismo de los moldes aprendidos para
la reproducción de una economía-mundo que se sirve del racismo como
elemento irrenunciable en la explotación de recursos materiales y
humanos.
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