La obra de la discordia: una respuesta a Septem Nostra
Foto: Gabriel Castillo |
Asumiendo
que, efectivamente, el debate público suele traer consigo diferentes formas de
simplificación, debemos rechazar la presunción consistente en la inexistencia
de argumentos de peso opuestos a la compra, así como huimos de esa visión
maslowniana que pretende situar a los “no expertos” (eufemismo que, de manera
soterrada, invita a pensar en las clases populares) en un plano primario
incapaz de lidiar con la cultura, sea a nivel de consumo o de producción.
Pareciera que nos encontráramos ante esos “Nadie” de Galeano que, como escribió
el uruguayo, “no hacen arte, sino artesanía”. Rechazamos este tufo elitista que
puede que, no obstante, haya sido emitido de manera inintencionada. Dicho lo
cual, quienes esto escribimos no cuestionamos la sensibilidad estética de los
miembros de Septem Nostra. Agradeceríamos que, por su parte, contáramos con, al
menos, el beneficio de la duda.
No
es necesario aclarar que una de las labores básicas de la gestión política
consiste en la toma de decisiones acerca de la distribución del dinero público.
A partir de este hecho incontestable, cualquier acción del Ejecutivo al
respecto se convierte en un objeto de escrutinio y fiscalización susceptible a
la crítica y la argumentación en contra. Más aún, en momentos de crisis en los
que la ciudadanía sufre a diario la lógica perversa de una formación política,
el Partido Popular, cuyo discurso se centra en la justificación de los recortes
producidos en Sanidad, Servicios Sociales, Dependencia y, también, Educación.
Llevamos años escuchando que “no hay dinero” y que debemos hacer sacrificios.
Que quien justifica el copago farmacéutico decida gastar 165.000 euros del
dinero de todos en una estatua es algo que, lejos de maniqueísmos o ataques al
arte y la cultura, constituye un hecho llamativo y contradictorio que lleva a
que una parte nada desdeñable de nuestros vecinos y vecinas tenga la percepción
de que el empecinamiento del ejecutivo por adquirir la ya “obra de la
discordia” tiene más que ver con un compromiso hacia alguien o algunos que con
la salvaguarda de los intereses generales.
Este
sentimiento de indignación, tal vez equivocado, pero absolutamente comprensible
y legítimo, no puede ser desdeñado y despreciado acudiendo a la supuesta
ignorancia o “la falta de criterio” de quienes lo portan. No es aceptable que
pretendamos convertir el debate en una batalla entre partidarios de la cultura,
a un lado, y brutos insensibles, al otro.
Por
supuesto que la vida del ser humano no puede ser plena si se traduce únicamente
en la mera supervivencia. Siguiendo a Fernández Liria en su lectura de
Aristóteles, “existe algo mayor que la vida y es aquello sin lo que la vida no
merece ser vivida”. Hablamos de la DIGNIDAD consistente en tres conceptos:
Justicia, Verdad y Belleza, tres tensiones que se traducen en las tres patas de
la Revolución Francesa y, por lo tanto, de toda nuestra construcción política y
jurídica: Libertad, Igualdad y Fraternidad. “Ante la justicia, somos libres.
Frente a la verdad, somos iguales. Ante la belleza, sentimos que estamos
sintiendo lo mismo que los demás, nos sentimos fraternos”. No podemos vivir sin
belleza, sin creación estética. Efectivamente, como gritaban las obreras
norteamericanas a principios del siglo pasado: “Tenemos derecho al pan, pero
también a las rosas”.
Coincidimos
en el papel eminente de las administraciones públicas a la hora de implementar
políticas destinadas al fomento y la promoción del acceso a la cultura. No
obstante, pensamos que este Gobierno no se ha caracterizado, precisamente, por
trazar grandes estrategias de política cultural a nivel local. Si hablamos ya
desde un punto de vista geo-espacial, el Gobierno de Vivas suspende
clamorosamente en la distribución de equipamientos culturales (teatros, museos,
bibliotecas, etc). Hablando en plata: de “Puertas del Campo hacia arriba”, la
escasez de la oferta cultural (también en estatuas y otras obras urbanas) es
más que evidente.
Nadie
pone en duda la importancia del arte y la cultura. Una cosa es rechazar (por
diversos condicionantes coyunturales) el gasto en la adquisición de una obra
concreta; otra muy diferente cuestionar, de manera general, la inversión en
belleza. Quienes pretenden hacer pasar lo primero por lo segundo hacen trampas
en el debate, situando a su adversario en el lugar más cómodo para ganarle.
Julio Basurco
Mohamed Mustafa
Mohamed Mustafa
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