El pacto del abismo
El
Partido Popular de Ceuta ya no puede negar lo evidente: su acuerdo de
gobernabilidad con la extrema derecha es una realidad. La aprobación
inicial de los presupuestos generales de la Ciudad con el voto
favorable de PP y Vox ha finiquitado para siempre la imagen de
derecha decente que proyectó Vivas en las pasadas elecciones
municipales en contraposición a una derecha radical y populista a la
que llegó a acusar de peligro para la convivencia en nuestra Ceuta
multicultural. Sin embargo, y tras seis meses de pacto con el PSOE
(negado hasta la saciedad por los socialistas, que pretendían ser
gobierno y oposición a la vez), ahora la sintonía es tal que se
hace prácticamente indiferenciable el discurso de las dos derechas.
En
parte importante de la intervención del portavoz de Vox durante el
pleno de presupuestos, se ahondó mucho en dos líneas ideológicas
que han caracterizado a la extrema derecha española: la negación de
la violencia machista y su profundo rechazo hacia “el otro”, dos
cuestiones que han sabido vehiculizar a través de un supuesto
saneamiento de las cuentas públicas, mostrándose “firmes”
contra subvenciones y ayudas a las que denominan “chiringuitos” y
de las cuales se servían socialistas y marroquíes maliciosamente
que dilapidaban el dinero público de todos los ceutíes. Más allá
de su conocida retórica populista, había una seria carta de
presentación que no permitía ambages ni dudas: esta nueva etapa va
a ser diferente, habrá mano dura y se perseguirá a aquellos/as que
no se sometan a la imagen de la Ceuta pura que anhelan muchos
nostálgicos de nuestra conservadora sociedad.
No
es casual, por tanto, que el primer objetivo de la incursión
correctiva de Vox sea la sociedad civil. Son conocidos los procesos
de “igualación” y de control sobre el individuo de la Alemania
nazi que buscaban la difusión de una determinada doctrina y/o
pensamiento, sancionando y persiguiendo el disentimiento político.
El ataque furibundo a la asociación Mujeres Progresistas y la ONG
Enfermos Sin Fronteras (constituida por españoles y españolas de
confesión musulmana) que han servido de diana perfecta, cumple con
este soslayado y tenebroso propósito. Son actuaciones políticas que
señalan a colectivos y que sirven para marcar quién está dentro y
quién fuera de esa ensoñación de la “Ceuta pura”.
Sabemos
a lo que aspira la extrema derecha, pero la derecha española parece
no saber qué querer y qué hacer. Da la impresión de que con la
llegada de Casado a Génova, el PP ha optado por disputar el espacio
a Vox, asumiendo a veces su discurso, e incluso en determinadas
circunstancias, optando por colaborar en el poder, aspirando al viejo
recurso inútil de domesticar la bestia mediante el funcionamiento de
la propia burocracia y/o las instituciones. La historia nos enseña
que nunca han funcionado estos intentos y que allá donde se
experimentó con ello, sólo se logró abrir la celda a la bestia.
Cada vez que el conservadurismo o los liberales hacían
concesiones/acuerdos/pactos con la extrema derecha, el fascismo se
abría paso.
El
PP ceutí, en claro retroceso, es consciente del peligro que tiene
pactar con la extrema derecha, pero, en su análisis interno, cree
que las ventajas que le puede aportar son mucho mayores que los
inconvenientes. Vox le ofrece algo obvio, y es una masa de seguidores
que le permite formar una mayoría parlamentaria estable, pero,
además, esa ventaja que en principio se descartó para marcar una
clara diferencia entre la derecha decente y la derecha radical, ahora
resulta más necesaria/urgente si se tiene en cuenta la enorme
paradoja que hubiera generado la cohabitación de un gobierno
autonómico PP-PSOE con un gobierno nacional PSOE-Podemos. Un
escenario inaceptable para el actual PP.
Sin
embargo, no sólo le ofrecen números. La extrema derecha radical
tiene algo más que anhela el PP (un partido demacrado por el paso de
los años y el desgaste por la distribución de un botín público
cada vez más exiguo): la frescura del discurso rupturista de un
partido radical adaptado a los nuevos tiempos. Curiosa paradoja. Un
discurso del pasado vuelve, y la derecha, incapaz de evolucionar y de
disputar el espacio (como lo hace por ejemplo la derecha alemana), es
sobrepasada y ampliamente desbordada por el carácter novedoso del
nuevo fenómeno populista. El PP es ahora una mera copia. Y en
política, como en la vida misma, la gente siempre prefiere el
original a una burda imitación.
Del
mismo modo, a la derecha también le resulta atractiva la nueva/vieja
forma de pertenencia elaborada por la extrema derecha radical, una
pertenencia basada en el compromiso, en la intensidad emocional
(afectos muy fuertes) y una disciplina férrea. Quieren reparar el
vínculo social que se ha disuelto con los innumerables escándalos y
casos de corrupción que han afectado al PP. Dejar de hablar de los
problemas de los ciudadanos, dejar de hablar de política en
definitiva, para abrazar la oferta dicotómica y seductora de la
derecha radical, que dibuja una España abatida por los traidores y
deseosa de la restauración del orden.
Parece
mucho lo que puede ganar el PP, pero, sin embargo, lo que pierde
Ceuta con este entreguismo a la radicalidad de la derecha es
infinitamente mayor de los beneficios que pueda obtener un
determinado partido y sus élites conservadoras. Los pactos dotan de
credibilidad y respetabilidad a la extrema derecha, normalizando el
odio, el racismo y el machismo. Las instituciones ofrecen poderosas
armas para que el fanatismo legisle y, en consecuencia, moldee la
realidad de acuerdo a su amorfa visión de la sociedad. Se empieza
por criminalizar a un colectivo para luego dar paso a la
implementación de toda una normativa para perseguir y castigar las
conductas o pensamientos disruptivos. Luego, dentro de una estricta
legalidad accesoria, se dan paso a esas atrocidades que hemos leído
en los libros de historia y que siempre nos hemos preguntamos cómo
pudieron llegar a suceder.
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